4/10/2013

Restos de permanencia

Días tristes. De pérdida y enfermedades.
La muerte como idea de transición es la que debiera presidirme, pero no puedo evitar mi condición mamífera de apego al mundo, de arraigo a la carne, a los sueños, a la prevalencia del amor sobre todas las cosas. 
Y los amigos van cayendo, atrapados detrás de la frontera. No somos niños desde luego, pero detecto injusticias abundantes a mi alrededor. Gente buena a la que no le tocaba, ni por edad ni por riesgos, están empezando a cerrar el circuito de la vida y volviendo al lugar de donde vinieron. Ponle tú el nombre.
Y es inevitable pensar en uno mismo y lo mal que me vendría ahora emprender ese viaje con tantas cosas como tengo pendientes. Llego hasta envidiar esa despedida que hacia los alfas y los betas y los demás en la novela de Huxley: en cama impoluta, con ochenta años aparentando treinta, apagándose, drogados hasta las cejas, llevados en pantallas de paisajes...

Sin embargo no es el viaje lo que me embarga, sino la sensación de vacío propia
y el conocimiento del vértigo que deben de sentir los más allegados.

Y el sufrimiento, el tener que morir como un perro...